A Eduardo García de pequeño le
llamaban Quijote, pero nunca había sabido con certeza cuál era el motivo de ese
mote. Según creía, debía haber sido idea de un tío suyo que estaba destinado en
la legión, el tío Paco, que una cena de Navidad en la que andaba algo alborotado lo había comparado con su
hermano pequeño. ¡Menuda pareja! - había dicho señalando a los dos chicos- son
como Sancho y Quijote.
Como al parecer aquella
comparativa cayó en gracia en la familia, durante un tiempo a Eduardo siguieron llamándole
así. Sin embargo, el cambio de carácter que sufrió en la travesía de su adolescencia, hizo que el muchacho empezara a cogerle tirria a aquel apodo, tanta, que finalmente un día se rebeló. No me llaméis nunca más Quijote - dijo
seriamente en mitad de otra reunión familiar - a partir de ahora quiero que me llaméis
Capitán España.
Aquel había sido el inicio de su
reconversión, el inicio de una vida destinada a encontrar una verdad que el
sistema establecido se empeñaba en camuflar. Y ese drástico cambio era el que
le había llevado hasta allí, hasta la mesita que había junto a la máquina
tragaperras de la cafetería Toboso.
Apenas podía contener su emoción.
Después de varios meses de intensos estudios y de infinitas horas recopilando
información, en la pantalla de su tablet aparecía nítidamente lo que había estado buscando con ansia. Miró la hora en la esquina inferior de la
pantalla, y nuevamente la comprobó en el reloj de su teléfono móvil. Aquella era una señal,
ya no le quedaba ninguna duda. Las doce y doce minutos de un doce de diciembre,
ni un minuto más, ni un minuto menos. Ese era el momento exacto en el que había
descubierto cómo sabotear un aerogenerador.
La coincidencia era máxima, doce.
Si quería lograr su objetivo solo tendría que cortar con un soplete los doce
metros de plancha de acero que conformaban el perímetro de la torre. Casualmente, la plancha era de doce
milímetros de grosor. El Capitán España se levantó de
la mesa de un brinco, y tras ajustarse el antifaz, salió de la cafetería
sobresaltado sin hacer caso a las miradas del resto de clientes. Ya hacía
tiempo que le daba igual que susurraran a sus espaldas. ¡Qué ignorantes!, como
si nunca se hubiese llevado capa en España…
Estelas químicas. El cielo cada
vez estaba más cubierto de esas estelas blanquecinas que se propagaban turbiamente por el horizonte. Los medios oficiales intentaban colarles que no
eran más que restos de la condensación de los gases producidos en la combustión
de los aviones, pero desde el principio él sabía que esa no era la verdad. Esas
mortíferas estelas eran el arma química que estaba empleando el sistema para
aturdir el cerebro a la gente. Siempre lo había intuido, pero no había sido
hasta hace unas semanas cuando se había dado cuenta de dónde provenían: de los
molinos eólicos.
¿Qué había crecido
proporcionalmente a la presencia de tan enigmáticas estelas? La única explicación razonable que encajaba era
el número creciente de molinos eólicos que se habían instalado, una estratagema del sistema para
camuflar sus verdaderos intereses, controlar y manejar a la gente. ¿Y cómo lo hacían? Estaba claro, los molinos
debían estar emitiendo los gases por algún orificio de la cabina que tenían en
la cabecera, y después, aprovechando el impulso de las hélices, los propagaban
por las alturas.
Pero eso se iba a acabar. Él se
iba a encargar personalmente de desfacer
ese miserable entuerto que tenía embobada a la población. Así que con la
seguridad que solo tiene quien posee la verdad, el Capitán España se subió en
su bicicleta y pedaleó sin descanso hasta la tienda donde trabajaba su hermano Sancho. Si le devolvía el dinero que le había prestado, tendría lo suficiente
para comprar el soplete en una tienda de segunda mano, y entonces sacaría a la
luz la verdad.
-¿Te has vuelto loco? – le dijo
su hermano una vez le contó el plan.
-¿Loco? Perdona Sancho, pero no
sabes lo que dices. Tú devuélveme el dinero y ya me verás en las noticias.
-Toma – dijo entregándole un par
de billetes de veinte euros – Tú sabrás lo que haces, pero que sepas que donde
te voy a ver es en la trena. Aparte de que es una locura, eso que pretendes
hacer está prohibido. Si te pilla la poli te va a caer una buena.
Comprado el soplete y trazado el
plan, solo le quedaba esperar a que oscureciera para acometerlo, así que
mientras tanto se retiró a casa a meditar. Siempre seguía la misma rutina, se
tumbaba con un libro en el sofá y ponía la televisión de fondo. Luego llegaba la calma y se sumía en una gran siesta. Pero aquel día
fue distinto, por algún motivo le costaba leer y se concentró más en la
televisión. Nunca había visto aquel programa. De repente, sin esperarlo, una flecha digital
atravesó la pantalla de plasma a gran velocidad e impactó directamente en el centro de su corazón.
Una imagen fugaz, rápida, de una
belleza deslumbrante, fue sustituida por un primer plano de la presentadora del
programa. Estaba anunciando algo a viva voz…
-(…) y hoy presentamos a Dulce,
la nueva tronista de Mujeres, Hombres y Viceversa. ¿Muy guapa, verdad? Chicos,
si la estáis viendo desde casa y os gusta, podéis llamar al número que aparece
en pantalla para acudir a pretenderla…
Era la señal definitiva. Su musa, su heroína, la que daba sentido a toda su existencia. Sin
dudarlo, el Capitán América llamó por teléfono y se apuntó al casting de
pretendientes. Luego, en cuanto colgó, cogió el soplete y salió decidido hacia
el parque eólico. Estaba convencido de que si era capaz de tirar abajo esa misma tarde un
molino, la gente le reconocería su labor, se haría famoso y, Dulce, su amada Dulce, caería rendida a sus pies.