jueves, 28 de abril de 2016

¿Qué haría hoy Don Quijote con los molinos?

A Eduardo García de pequeño le llamaban Quijote, pero nunca había sabido con certeza cuál era el motivo de ese mote. Según creía, debía haber sido idea de un tío suyo que estaba destinado en la legión, el tío Paco, que una cena de Navidad en la que andaba algo alborotado lo había comparado con su hermano pequeño. ¡Menuda pareja! - había dicho señalando a los dos chicos- son como Sancho y Quijote.
Como al parecer aquella comparativa cayó en gracia en la familia, durante un tiempo a Eduardo siguieron llamándole así. Sin embargo, el cambio de carácter que sufrió en la travesía de su adolescencia, hizo que el muchacho empezara a cogerle tirria a aquel apodo, tanta, que  finalmente un día se rebeló. No me llaméis nunca más Quijote - dijo seriamente en mitad de otra reunión familiar - a partir de ahora quiero que me llaméis Capitán España.
Aquel había sido el inicio de su reconversión, el inicio de una vida destinada a encontrar una verdad que el sistema establecido se empeñaba en camuflar. Y ese drástico cambio era el que le había llevado hasta allí, hasta la mesita que había junto a la máquina tragaperras de la cafetería Toboso.
Apenas podía contener su emoción. Después de varios meses de intensos estudios y de infinitas horas recopilando información, en la pantalla de su tablet aparecía nítidamente lo que había estado buscando con ansia. Miró la hora en la esquina inferior de la pantalla, y nuevamente la comprobó en el reloj de su teléfono móvil. Aquella era una señal, ya no le quedaba ninguna duda. Las doce y doce minutos de un doce de diciembre, ni un minuto más, ni un minuto menos. Ese era el momento exacto en el que había descubierto cómo sabotear un aerogenerador.
La coincidencia era máxima, doce. Si quería lograr su objetivo solo tendría que cortar con un soplete los doce metros de plancha de acero que conformaban el perímetro de la torre. Casualmente, la plancha era de doce milímetros de grosor. El Capitán España se levantó de la mesa de un brinco, y tras ajustarse el antifaz, salió de la cafetería sobresaltado sin hacer caso a las miradas del resto de clientes. Ya hacía tiempo que le daba igual que susurraran a sus espaldas. ¡Qué ignorantes!, como si nunca se hubiese llevado capa en España…
Estelas químicas. El cielo cada vez estaba más cubierto de esas estelas blanquecinas que se propagaban turbiamente por el horizonte. Los medios oficiales intentaban colarles que no eran más que restos de la condensación de los gases producidos en la combustión de los aviones, pero desde el principio él sabía que esa no era la verdad. Esas mortíferas estelas eran el arma química que estaba empleando el sistema para aturdir el cerebro a la gente. Siempre lo había intuido, pero no había sido hasta hace unas semanas cuando se había dado cuenta de dónde provenían: de los molinos eólicos.
¿Qué había crecido proporcionalmente a la presencia de tan enigmáticas estelas? La única explicación razonable que encajaba era el número creciente de molinos eólicos que se habían instalado, una estratagema del sistema para camuflar sus verdaderos intereses, controlar y manejar a la gente. ¿Y cómo lo hacían? Estaba claro, los molinos debían estar emitiendo los gases por algún orificio de la cabina que tenían en la cabecera, y después, aprovechando el impulso de las hélices, los propagaban por las alturas.
Pero eso se iba a acabar. Él se iba a encargar personalmente de desfacer ese miserable entuerto que tenía embobada a la población. Así que con la seguridad que solo tiene quien posee la verdad, el Capitán España se subió en su bicicleta y pedaleó sin descanso hasta la tienda donde trabajaba su hermano Sancho. Si le devolvía el dinero que le había prestado, tendría lo suficiente para comprar el soplete en una tienda de segunda mano, y entonces sacaría a la luz la verdad.
-¿Te has vuelto loco? – le dijo su hermano una vez le contó el plan.
-¿Loco? Perdona Sancho, pero no sabes lo que dices. Tú devuélveme el dinero y ya me verás en las noticias.
-Toma – dijo entregándole un par de billetes de veinte euros – Tú sabrás lo que haces, pero que sepas que donde te voy a ver es en la trena. Aparte de que es una locura, eso que pretendes hacer está prohibido. Si te pilla la poli te va a caer una buena.
Comprado el soplete y trazado el plan, solo le quedaba esperar a que oscureciera para acometerlo, así que mientras tanto se retiró a casa a meditar. Siempre seguía la misma rutina, se tumbaba con un libro en el sofá y ponía la televisión de fondo. Luego llegaba la calma y se sumía en una gran siesta. Pero aquel día fue distinto, por algún motivo le costaba leer y se concentró más en la televisión. Nunca había visto aquel programa. De repente, sin esperarlo, una flecha digital atravesó la pantalla de plasma a gran velocidad e impactó directamente en el centro de su corazón.
Una imagen fugaz, rápida, de una belleza deslumbrante, fue sustituida por un primer plano de la presentadora del programa. Estaba anunciando algo a viva voz…
-(…) y hoy presentamos a Dulce, la nueva tronista de Mujeres, Hombres y Viceversa. ¿Muy guapa, verdad? Chicos, si la estáis viendo desde casa y os gusta, podéis llamar al número que aparece en pantalla para acudir a pretenderla…

Era la señal definitiva. Su musa, su heroína, la que daba sentido a toda su existencia. Sin dudarlo, el Capitán América llamó por teléfono y se apuntó al casting de pretendientes. Luego, en cuanto colgó, cogió el soplete y salió decidido hacia el parque eólico. Estaba convencido de que si era capaz de tirar abajo esa misma tarde un molino, la gente le reconocería su labor, se haría famoso y, Dulce, su amada Dulce, caería rendida a sus pies.

viernes, 15 de abril de 2016

Ampliamos la bibliografía

Nos complace comunicar que después de una larga espera por fin tenemos en nuestras manos el libro "Retazos de Terror", una colección de microrrelatos seleccionados en el concurso Hipujo de Relatos de Terror, entre los que destacamos interesadamente el relato titulado "Mr. Watson": la historia de un hombre ciego que recibe la visita de un extraño individuo y... hasta ahí puedo leer, que diría aquél.
Enhorabuena a la editorial Hipujo Libros por los textos seleccionados. Ha sido una grata sorpresa abrir las páginas y ver que había muy buenos relatos en el interior. 
Si a alguien le apetece pasar un poco de miedo a pequeñas dosis, este libro es una buena opción.